Los pélets: viajeros contaminantes

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La contaminación por plásticos es uno de los retos ambientales más preocupantes que afronta la humanidad y el conjunto de la biosfera. Desde hace aproximadamente un mes, los microplásticos –y en concreto los pélets– han sido objeto del foco mediático, y han ocupado más espacio del que estamos acostumbrados en los medios de comunicación generalistas. La razón por la que se habla de ellos últimamente es el accidente que sufrió el pasado 8 de noviembre del 2023, el barco de transporte marítimo Toconao durante una de sus rutas comerciales entre Alemania y Marruecos. El barco perdió hasta seis contenedores con alrededor de 1.250 millones de pélets de plástico que están llegando de manera masiva a las costas de la cornisa cantábrica, Galicia y Portugal. Este hecho ha puesto en alerta las administraciones de los municipios afectados, debido al riesgo ecotoxicológico que supone.
Los pélets son unas esferas de plástico de pequeño tamaño (entre 1 y 5 mm) que se utilizan en la industria como materia prima para la fabricación de objetos de plástico duro. Se consideran microplásticos primarios porque se fabrican de esta medida expresamente, a diferencia de los secundarios que se originan a partir de la fragmentación de objetos de plástico de mayor dimensión. Los microplásticos primarios originados en tierra firme representan un 98% del total encontrado en los océanos, respecto al 2% procedente de las actividades que allí se desarrollan (Boucher y Friot, 2017).
Los materiales de los que están formados los pélets son principalmente el polietileno (PE), polipropileno (PP), poliestireno (PS), PVC, PET y otros derivados del petróleo (Ashrafy et al., 2023). Se caracterizan por su gran durabilidad, que tiene como consecuencia una resistencia a la degradación que dilata enormemente el tiempo que permanecen en el medio. Además, durante su producción, se les añaden sustancias químicas tóxicas y peligrosas para la vida para potenciar su durabilidad o modificar otras características como la coloración o densidad.

Unos viajeros contaminantes 

Por otro lado, su pequeña medida facilita su transporte y transferencia a través de los canales fluviales hasta el mar o la costa, donde acaban acumulándose (Avio et al., 2017). Los ecosistemas marinos proveen un entorno que todavía dificulta más su degradación, de forma que los pélets pueden restar largos periodos de tiempos moviéndose con las corrientes y las oleadas o siendo consumidos por error por los organismos marinos. A menudo, estos largos viajes los hacen llegar a hábitats remotos como los sedimentos de los fondos abisales (Woodall et al., 2014) o el ártico (Fang et al., 2018), donde continuarán contaminando regiones muy alejadas de su punto de origen. Pero los vertidos de pélets al medio marino no son un problema nuevo. Durante la última década se han documentado numerosos accidentes marítimos en todo el mundo: el de Hong Kong en 2012 durante el cual se vertieron 168 toneladas de pélets o la colisión de barcos de transporte en 2017 a la costa sudafricana que derramó 49 toneladas de pélets. También en el mar del norte en 2020 se vertieron 12 toneladas de pélets durante la rotura de contenedores del barco MV Trans Carrier o, el accidente más reciente anterior al de Toconao, que ocurrió en 2021 frente las costas de Sri Lanka, con el derrame de ácido nítrico y más de 1.750 toneladas de pélets (Sewwandi et al., 2022).

Cuando menos, los accidentes marítimos son una de las fuentes de contaminación por pélets más escandalosa, pero también se vierten de manera continuada y más discreta a través de las aguas residuales procedentes de la industria. En Tarragona (España) se ha documentado el derrame de pélets desde el año 2019, cuando después de un episodio de lluvias torrenciales, se llegaron a identificar hasta 120 millones de pélets en una sola playa, procedentes del polígono industrial de Riera de la Boella (Proyecto Medpellets). Estos pélets, continúan llegando también a las costas Baleares, en las cuales se ha documentado cuantitativamente gracias a numerosos estudios científicos y proyectos como la monitorización de Alomar et al. (2022), el proyecto Microplastic Watchers de Observadores de Mar o el Nixe 3. También se ha descrito el derrame directo por pélets de la industria petroquímica en diferentes ciudades europeas como Londres, Róterdam u Holanda (Sewwandi et al 2022).

Un riesgo difícil de gestionar

La durabilidad de los pélets y su pequeño tamaño los convierten en una fuente de contaminación peligrosa y difícil de gestionar, especialmente en los ecosistemas marinos. Además, en el mar, y como consecuencia de su composición química, funcionan como esponjas de sustancias tóxicas. No solo son portadores de sustancias químicas añadidas durante su proceso de producción, sino que absorben otras disueltas en el medio como el DDT (Brennecke et al., 2016; Gorman et al., 2019). En el informe técnico realizado para analizar los pélets que han llegado a la costa gallega se han identificado más de veinte químicos diferentes entre los cuales hay algunos fotoestabilitzadores tóxicos para la fauna marina (Universidade da Coruña, 2024).
Todos estos factores hacen de los pélets sustancias peligrosas para los seres vivos, que a menudo los confunden con alimento. Sus efectos son, por un lado, el daño mecánico que puede producir su consumo (saturación de sistemas de filtración en invertebrados marinos, daños en el aparato digestivo de pescados, aves y mamíferos marinos, etc.) y, por otro, el envenenamiento y bioacumulación en los organismos de las sustancias tóxicas que transportan (Pittura et al., 2018; Rojo-Nieto y Montoto, 2017).
En las zonas sedimentarias donde se acumulan, los pélets pueden modificar las características físicas naturales del hábitat. Por ejemplo, se ha documentado la capacidad de los microplásticos de hacer variar la temperatura y permeabilidad de los sedimentos como la arena de playa, afectando los flujos de energía y nutrientes del ecosistema (Rojo-Nieto y Montoto, 2017).
Finalmente, un riesgo añadido de los pélets en los océanos es que funcionan como vectores de especies exóticas y patógenos, puesto que proveen de una superficie dura que favorece la formación de biofilms y el asentamiento de microorganismos. De este modo, los microplásticos transportan este envoltorio de bacterias, algas y protozoos microscópicos a los diferentes ecosistemas o bien quedan expuestos a los organismos que se los comen por error, incorporándolos en la red trófica. Se ha encontrado la presencia de microorganismos problemáticos que pueden producir enfermedades o infecciones como Vibrio spp o Pseudomonas spp. Por otra parte, también se han identificado ejemplares de Alexandrium spp responsable de blooms (proliferaciones) de algas tóxicas (HAB) (García-Gómez et al., 2021; Masó et al., 2007; Wu et al., 2019; Zettler et al., 2013; Wang et al., 2021).
Como lección aprendida de este accidente, hay que recordar que la mejor manera de combatir la contaminación por plásticos es desde la prevención. Reducir la producción de plástico es imprescindible así como evitar su uso cuando sea posible y exigir responsabilidades a las empresas correspondientes. Como sociedad occidental, hace falta que repensamos nuestro sistema de consumo y la dependencia con los plásticos y los combustibles fósiles que tenemos en la actualidad. También es importante que los gestores y encargados de velar por el buen estado ambiental en los diferentes niveles institucionales no tomen a la ligera este tipo de catástrofes ambientales. Limpiar las playas y poner en marcha medidas de mitigación son acciones complementarias con una capacidad muy reducida de solucionar este tipo de contaminación. Hay que exigir medidas contundentes y actuar a la raíz del problema a todos los niveles y aplicar de manera efectiva las normativas vigentes que, a menudo, se quedan en papel mojado.


Autora: Balma Albalat Oliver,Técnica y educadora ambiental. Graduada en Ciencias del Mar por la Universidad de Alicante.
Revista Métode (Universitat de Valencia)

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