Por Vladimir de Semir. Especial para Café Científico Patagonia.
Periodista, Centro de Estudios Ciencia, Comunicación y Sociedad-Universidad Pompeu Fabra (Barcelona)
El “peer review” – revisión por pares de los artículos que se proponen en una revista para evaluar su originalidad y calidad antes de publicarlos- es el proceso que permite validar la ciencia que se publica en las revistas especializadas.
La publicación The Philosophical Transactions de la Royal Society de Londres se considera la primera que formalizó este sistema de validación en el ámbito de la comunicación científica académica hace más de 350 años. Surgió con el objetivo de crear un registro público de las contribuciones originales al conocimiento, es decir, buscaban validar la originalidad.
Desde su creación en 1660 la Royal Society tuvo como función poner fin a las frecuentes disputas entre autores en torno a la prioridad de los descubrimientos y a las acusaciones de plagio que eran habituales. La solución propuesta fue crear un libro de registro en el que se anotaban las descripciones de técnicas, teorías, observaciones, etc., realizadas por los miembros de la Sociedad juntamente con el nombre del descubridor y la fecha, una práctica que ha pervivido hasta nuestros días en forma de publicación por parte de los comités editoriales de las revistas.
En los años 70, el peer review se generalizó y se convirtió en esencial –condición sine qua non– para determinar si una revista es científica de referencia o no. El sistema tiene pros y contras, pero es lo que la ciencia ha adoptado e incorporado en su metodología de producir ciencia.
Desde hace unos años, y en el contexto de la digitalización y del movimiento open access (acceso abierto a los artículos) de la edición científica, han aparecido editoriales científicas impostoras que se aprovechan de la necesidad que tienen los científicos de publicar para progresar en la carrera académica (publish or perish). Estas plataformas digitales facilitan todo el proceso de publicación en una revista con un título científicamente rimbombante y con un peer review preceptivo, pero en realidad inexistente, a cambio de una “cuota” económica para hacer efectiva la publicación.
El problema se complica desde que las publicaciones impostoras han logrado en muchos casos penetrar en las bases de indexación de citación científica que son claves para el reconocimiento de un artículo científico y para el currículum de un investigador o investigadora.
Esta fórmula –en realidad, una estafa– ha sido ya bautizada como “edición científica depredadora”. Impulsa además una ciencia fake que –como la información fake– inunda y erosiona la credibilidad de la comunicación y alimenta la mistificación del conocimiento.